domingo, 9 de junio de 2013

Celos.

Estúpida palabra de cinco letras. Maldita derivada del latín y del griego y todo lo que ella conlleva. 

Odio las lágrimas que se acumulan en mis ojos cada vez que leo su nombre, odio las ganas que tengo de salir corriendo y esconderme donde nadie pueda verme, odio tener que incumplir mi propia promesa y rendirme en la batalla, odio las punzadas que me atraviesan el pecho y me dejan tirada en el suelo, cada vez más frío, como la cama a media noche cuando desapareces.

Odio el miedo irracional que tengo 24 horas al día. Miedo que ella tenga los labios más rojos, o que en algún momento, te des cuenta de que es lo que siempre buscaste y te enamores de ella. Temo cada vez que sus letras están bordadas para ti, temo la forma en la que te busca y que sin darte cuenta, tú también la buscas. Y yo estoy allí, callando el corazón con la razón, poniéndole una mordaza y recordándome mil veces que no eres mío. Y, joder, cómo duele quererte, pero no quiero dejar de hacerlo.

sábado, 8 de junio de 2013

Auyídos

-¿Crees que él alguna vez te ha sido infiel?
-No.

-Pues ayer me besó en la esquina.

lunes, 28 de mayo de 2012

La razón por la que dejé de escribir es que estoy paralizada. Las malas situaciones en mi vida siempre me paralizan, pero este negro es el que me empuja a escribir ahora mismo. Ahora la hoja en blanco se llena de latidos. Así que, es hora de volver con esto. 

jueves, 6 de octubre de 2011

Que te quiero, que te quiero muchísimo.

domingo, 19 de junio de 2011

Yo echo de menos esas horas tumbadas en el césped que pasábamos todos aquellos sábados, las risas de cada día, todas las sonrisas que solamente vosotras sabéis sacármelas y las locuras inesperadas. También echo de menos todas las peleas y discursiones igual que las lágrimas que hace tiempo han caido al suelo con vuestra compañía

martes, 24 de mayo de 2011

martes, 3 de mayo de 2011

La lata de Coca Cola.

- ¡Qué frío! ¡Y qué oscuro! ¡Que angosto era ese lugar! En el refrigerador apenas sentía nada.
Todo era muy extraño. Hacía muchísimo frío. Pero lo peor de todo era aquella soledad, el saber que no tenía a nadie y esa sensación de estar adormilada, como si poco a poco me despertara de un profundo sueño que había llegado a su fin. Estaba secuestrada por un dolor intenso y me dominaba el miedo. No tenía ningún sitio para refugiarme. Me daban ganas de deshacerme en pedacitos y esparcirme por el suelo. ¿Cuál es mi destino?, me preguntaba en mi cabeza una y otra vez.

De repente se encendió una luz, una mano se aproximó a mí rápidamente, tan rápido que apenas tuve tiempo de observarla, y me salvó de aquel lugar solitario e inhóspito. Al fin notaba un pequeño calor, una sensación agradable, como si me estuvieran acariciando. Lentamente mi corazón comenzó a latir. Sentí en mi cuerpo lo que nunca antes había sentido, y me gustaba.

Y entonces, observé que me había cogido una chica de unos dieciséis años aproximadamente. Poseía un cabello que llegaba hasta el infinito, totalmente rubio y precioso, tenía los ojos de color azul cielo, una nariz respingona que parecía un tobogán y unos labios carnosos sutilmente maquillados con un pintalabios rosa que disimulaba una pequeña calentura en la parte superior, fruto de un antiguo resfriado.

Había conseguido salir de aquel agujero helado y sentía una tremenda alegría. En ese momento me subía por las paredes. Me sentía tan bien conmigo misma. Sin duda era felicidad en estado puro, brutal y totalmente inesperada. Tenía ganas de comerme el mundo en tan solo un bocado y entonces no sabía lo que era tener los pies en el suelo. Y es que el más pequeño gesto puede causar la felicidad más grande.

¡Crassk! Oí de repente, y ese sentimiento tan agradable se me escapó como se escapa la arena entre las manos. ¡Me había abierto, la chica de ojos azules me había abierto! Sorbo a sorbo, poco a poco me iba arrancando parte de mis entrañas, de mi vida. Lentamente me debilitaba, tenía un cansancio agotador y cada vez mucho más intenso. Cuando estaba realmente mal, cuando apenas tenía fuerzas, me abandonó. Me dejó tirada en un simple banco de un parque por el que habíamos paseado juntas. Y allí pasé horas y horas en una noche fría de invierno. Estaba helada y pensaba que mi vida acababa allí.

Llegó la mañana y salieron los primeros rayos de Sol, alumbrando de forma espectacular, era increíble ver amanecer… Bueno, para mí entonces era increíble, nunca había visto un amanecer. Y el Sol comenzó a calentarme. ¡Que paisaje tan bonito! Sinceramente me hubiera gustado detener aquellos preciosos segundos de tanta belleza unida. Los árboles se tambaleaban lentamente de un lado a otro por la acción del viento, olía a humedad y en el cielo estaban pintadas unas grandes nubes grises que se aproximaban lentamente. Yo observaba a las personas que paseaban por la calle, pero a mí nadie me prestaba la menor atención, era como si fuera invisible, como si estuviera ajena al mundo. No me parecía justo que me trataran de aquella manera, ¿acaso había echo algo mal? Pero no, yo sabía perfectamente que no tenía la culpa.

Y como si nada pasaron las horas, los minutos y los segundos. Era por la tarde y parecía que dentro de poco iba a llover. ¡Vaya! De pronto vi a unos niños. Por fin, alguien me miraba. Sí, uno de ellos se había dado cuenta de mi presencia. Parecía muy ilusionado y me miraba con cara de curiosidad y alegría. Era una monada de niño. Tenía el pelo castaño y largo, unos ojos color chocolate que no paraban de observarme y unos labios pequeñísimos cuya comisura parecía perfecta. Entonces, dejo de mirarme y se marchó con los demás. Parecía que nadie me quería cuando todos vinieron a donde estaba yo. Pero decidieron jugar a fútbol, no tenían pelota y yo resulté ser un objeto útil para eso. ¡Qué insensibles! Me arrastraron por el suelo y me pegaron patadas. Tenía una rabia por dentro que me consumía de saber que no podía hacer nada para que me dejaran tranquila, no podía hacer absolutamente nada. Me deformaron y utilizaron.
Estaba atardeciendo y al final mi dolor cesó cuando los niños tenían que regresar a sus casas, puesto que sino sus madres se preocupan y luego se enfadaban muchísimo con ellos. Cuando estuve tan dolida nadie se acordó de mí. Todos se marcharon y ninguno se dio cuenta de que me dejaban a atrás sin que me curaran después de hacerme tanto daño. Y yo, como una tonta, veía como se alejaban todos juntos, paso tras paso, como les daban los últimos de rayos de Sol en la nuca y ninguno se giraba para ver como estaba.

Anocheció y salió una preciosa luna, la más brillante que yo había visto, iluminaba toda la ciudad. Las luces de las farolas se encendieron todas a la vez de una forma sorprendente. Simplemente me limité a contar las estrellas, como si fueran ovejas hasta que me durmiera. ¡Pero quien se podría dormir con ese cielo tan hermoso! Aquellas nubes grises que parecía que se aproximaban a la ciudad por la mañana, desaparecieron totalmente para dejar que salieran esas preciosas estrellas y aquella luna llena. Y yo, quejándome de todo el dolor que me habían provocado aquellos niños.

Empezó a amanecer como el día anterior. Ahí estaba, escachada y deformada en mitad de un parque observando el amanecer de nuevo. Aunque solo parecía rota por fuera, también lo estaba por dentro, tenía la moral por los suelos. En aquel momento, apareció por el horizonte un deportista que iba corriendo. Era muy alto y parecía que llevaba corriendo toda su vida. Estaba muy cansado, o eso aparentaba, y decidió sentarse en un banco a descansar. ¡Vaya! Me di cuenta de que me estaba observando. Se levantó del banco y caminó hacia mí, me cogió y me tiró a una papelera que esta cercana.

Pasé horas y horas, o eso me pareció a mí, en aquel sitio incómodo y aburrido. Al fin alguien destapó la papelera y vi un poco de luz. Una mano se aproximó a mí y me cogió. ¡Era un vagabundo que estaba buscando comida! Tenía unos cabellos grises, largos y despeinados, una frente arrugada, una nariz redondita y unos labios pequeños, ásperos, muy deshidratados y a pesar de todo, siempre sonrientes. Como no era lo que buscaba, me arrojó al suelo.

Me quedé observando el paisaje del parque, era hermoso. Había distintos rosales de varios colores cuyo aroma era transportado por una pequeña brisa de viento, una pequeña fuentecilla de piedra en la cual bebían unos perros, bancos a doquier y un pequeño apartado rodeado de piedras blanquecinas en que había césped totalmente virgen.

De pronto uno de los perros que bebían tranquilamente en la fuente se acercó a mí. Me cogió con su babosa boca y me empezó a mordisquear. Me dejó en el suelo y me dio unos enérgicos zarpazos con sus patas delanteras. Rápidamente vino su dueño y el perro se alejó de mí, por fortuna.

Y prácticamente sin que me diera cuenta llegó la tarde. Un barrendero que tenía un bigote muy gracioso y que parecía muy amable, a simple vista, me recogió del suelo y me guardó en su carro. Después de que pasaran unas cuantas horas, me arrojó a un contenedor amarillo de reciclaje. ¡Allí había otras latas como yo! Al fin podía tener algo de conversación. Pero me equivocaba, todo el mundo estaba durmiendo. Tenían pinta de estar muy cansados y agotados, también muchos de ellos aparentaban que estaban muy rotos, como yo. ¡Buaaa, que sueño! Lentamente se me iban cerrando los ojos más y más. Caí en un largo sueño.

De repente sentía muchísimo frío. Poco a poco me iba despertando. Abrí los ojos y… ¡Estaba en un frigorífico! Ya no tenía el aspecto físico que tenía antes. Todo era muy extraño y no sabía como había llegado hasta allí. Entonces se encendió una luz y una mano se aproximó a mí… ¡Vuelta a empezar!